Estamos en pleno debate sobre la eventual derogación de la prisión permanente revisable. La cadena perpetua, vamos.
Dejémonos de eufemismos absurdos, hasta en los países donde más se aplica, como EEUU, se revisa pasado un tiempo la pena y se suele dejar salir a morir al reo fuera de prisión. En ese sentido también es revisable, aunque el modelo estadounidense es la tormenta perfecta: penas muy duras al tiempo que una tasa de población reclusa que quintuplica a la española y una de las tasas de criminalidad más altas del mundo.
Mucha gente se apunta a un linchamiento, solo que en estos tiempos de virtualidad y democracias asentadas en Occidente nadie parece dispuesto a mancharse las manos. Así pues la idea de venganza vuelve a estar en alza, se vende a golpe de titulares y del dolor de familias que han padecido delitos graves.
El asesinato de Diana Quer y, más recientemente, el del niño Gabriel Cruz han agitado los peores instintos y hemos asistido a un espectáculo que no ha ahorrado ningún detalle morboso. Estos hechos han sido aprovechados por la derecha para construir un discurso demagógico con el doble fin de legislar a la carta y, ya de paso, desviar la atención de una creciente conflictividad social.
El argumentario ha tomado un discurso en que se llegan a escuchar cosas como que deseamos “proteger a los españoles. Preservar la convivencia”. Título de un vídeo promocional de Ciudadanos (finalmente cambiado) en que se abunda en el imaginario del miedo, de la delincuencia presente en nuestro día a día y de los malos que amenazan con atacarnos así nos demos la vuelta. El miedo al otro siempre ha vendido mucho.
Ahora bien ¿A qué obedece este estado de paranoia creciente? Si miramos los datos de delitos más graves el Estado Español está a la cola en homicidios, con la segunda tasa más baja de Europa. El índice de criminalidad es el tercero más bajo.
Si atendemos a los informes que facilita la propia Delegación del Gobierno en Aragón la mayor parte de los delitos son infracciones de tráfico, menudeo de drogas, robo de chatarra o robos sin violencia.
¿Puede ser que las penas sean especialmente leves? Pues tampoco. De hecho hasta el estamento judicial reconoce lo evidente: que el código penal español es de los más duros de nuestro entorno en muchos delitos. No lo digo yo, lo reconocen expertos en la materia y otra vez los malditos datos. Es significativo que un 90% de los catedráticos de derecho penal se hayan mostrado contra la prisión permanente revisable.
De hecho las reformas del Código Penal de 2003 y 2015 solo redundaron en el endurecimiento de penas. A esto hay que sumarle un régimen penitenciario muy rígido. No, las cárceles no son ninguna residencia, ni se entra por una puerta y se sale por la otra. Tampoco son una lóbrega mazmorra donde los reos estén a pan y agua, pero distan mucho de ser el hotelito que pretenden colar algunos medios.
En las cárceles españolas se pueden cumplir hasta 40 años de reclusión a pulso y la estancia media por cualquier delito es la segunda más alta de la UE. De hecho esta media supera incluso a países como Azerbayán, Rusia o Turquía.
En cuanto a la redención de pena automática es un mito. Tampoco hay reos de asesinato que salen a los siete años, como se está intentando hacer creer a la opinión pública. Se mezclan intencionadamente condenas (no es lo mismo homicidio que asesinato) y se oculta parte de la realidad. No es casual, sirve a determinados intereses.
Pero, claro, vistos estos datos, que son fáciles de comprobar -vienen todos de instituciones públicas- me viene a la mente una frase: No permitas que unos gramos de realidad estropeen toneladas de demagogia.
Es falso que una legislación más dura implique menos delincuencia. Ya he citado el ejemplo americano. Establecer esa relación es absurdo, pues los hechos delictivos no son una secuencia matemática y van íntimamente relacionados con las condiciones socio-económicas.
Por otro lado los crímenes más graves no suelen obedecer a causas razonables. No es una ley científica medible. De hecho la cadena perpetua lleva tres años vigente en nuestro país y los homicidios no han disminuido. La gravedad de las penas no guarda relación con la gravedad de los delitos.
Sí, es difícil mantener la cabeza fría. Más difícil aún enfrentarse a la impúdica exhibición que se está haciendo las víctimas de crímenes dolosos.
Es cierto que se está imponiendo una información truculenta y tendenciosa.
Pero no es menos cierto que articular las exigencias sociales en torno a la petición de venganza nos sitúa en una deriva autoritaria de horizonte incierto.
Una sociedad que articula su legislación clamando venganza es una sociedad enferma.
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