Acratorial de el Acratador del 2 de Febrero 2017
Productos de lejanía
Se considera como positivo para el medio ambiente y una economía más social aquella que se basa en los productos de proximidad, en los producidos, especialmente en alimentación, lo más cerca posible del lugar de venta. La realidad, si acudimos a cualquier supermercado de nuestra ciudad, es que lo que nos encontramos son muchos productos de lejanía.
Alimentos tan comunes como las legumbres, patatas o cualquier derivado del maíz pueden proceder de miles de kilómetros. No sólo eso, sino que en muchos casos no existen alternativas locales a productos que se cultivan a distancias que se podrían cubrir hasta en bicicleta desde el mismo supermercado, en la misma huerta zaragozana.
Me he dado varios paseos por las grandes superficies de mi ciudad y lo que he constatado me ha puesto de mal humor, aunque ya lo conocía. Buena parte de los productos que comemos son ejemplo de esos productos de lejanía.
El caso más conocido es el de las patatas, uno de los alimentos más comunes en nuestra dieta, que suelen proceder de Francia, sin que se encuentren de producción local en el súper. El etiquetado de las mismas, por otro lado, motivó una denuncia de Facua pues se vendían como producto local pese a su procedencia. Patatas que además son “viejas” por lo que su calidad es inferior. Además el mercado se ha saturado tanto de patata gala y en menor medida marroquí y egipcia que ha desplazado la producción valenciana o aragonesa.
De encontrar espárragos de Navarra o Rioja ya ni hablamos. Labor casi imposible con la competencia china y peruana. Pero no está de más quedarse con un dato: en 1995 había 5672 agricultores de espárrago navarro, a fecha de hoy son poco más de 300. Todo un ejemplo de que nuestro consumo tiene consecuencias directas.
También es frecuente encontrar frutas y verduras de diversos puntos del planeta pero que se pueden encontrar en la misma Zaragoza y su comarca. Desde peras italianas a lechugas holandesas. El mercado dicta precios, Europa subvenciona determinados cultivos y en determinados países y se produce esta extraña situación. Una manzana que se cultiva en Italia sale más barata al consumidor que una producida a orillas del Jalón y, por ejemplo, se vende dentro del parámetro de especial calidad Eroski Natur. Dentro de la misma península ibérica se produce el mismo fenómeno. El afán por bajar precios hace que los productos de huerta vengan de los invernaderos andaluces mientras la vega del Ebro es el terreno natural de huerta muy fértil.
En el terreno de las legumbres, otra de las bases de nuestra alimentación, en casi todas las superficies tan apenas existen alternativas cultivadas en Europa, aunque se camuflan bajo la etiqueta de elaboradas en la UE. En realidad en Europa solo se han embolsado, pero la producción suele llevarse a cabo en territorio americano y se da la misma paradoja que con las patatas. La legumbre ha sido tradicionalmente un cultivo ibérico que se plantaba en régimen de alternancia con el cereal porque enriquecía la tierra. Un producto tan común en nuestras recetas como el garbanzo procede en muchos casos de México, las lentejas de Canadá y las alubias de EEUU.
Si entramos ya en las legumbres precocidas y envasadas se nos hurta esa información, pues en el sector de los productos elaborados de cara al consumidor se pierde todo rastro de origen.
En los últimos años ha entrado como un ciclón en nuestra dieta la soja, que hasta hace unas décadas solo se consumía en Asia. El 75% de la producción mundial de esta legumbre se hace en EEUU, Brasil y Argentina y casi toda la que consumimos proviene de estos países. Parecido es el caso del maíz, que se importa masivamente, aunque también aquí se produce a mansalva. Ambos granos tienen en común que la mayor parte de lo que consumimos son cultivos transgénicos y que su sistema de cultivo es muy agresivo, mediante extensiones inmensas de agricultura mecanizada y gran gasto de agua. También comparten su omnipresencia, pues ahora mismo en diferentes elaboraciones, están presentes en cientos de productos debido a su precio tan reducido y su versatilidad.
Con los cereales nos adentramos en el misterioso mundo de los productos elaborados y del consumo que hace de los mismos la ganadería intensiva ¿Quién nos certifica la procedencia de las harinas que consumimos directa o indirectamente?
En el caso del trigo deberíamos suponer que es de procedencia cercana, debido a que medio Aragón está cubierto de este cereal. Pero luego las cuentas son las que son y descubrimos que España importó 13,8 millones de toneladas de cereales en 2016.
Dudo mientras escribo, cojo la harina de trigo que tengo en la cocina y se lee bien claro: origen UE y no UE ¿Qué debo entender por no UE? Lo mejor la marca: Aragonesa y se vende en Mercadona. Tiene chufla la cosa.
Caso aparte, no todo va a ser negativo, es el del arroz, del que el Estado Español es exportador y que se produce en el mismo Aragón, con lo que es fácil encontrar una alternativa de proximidad.
El mundo de la producción de carne es una verdadera vuelta al mundo. En una sola tarde y un rápido vistazo encuentro carnes de Alemania, Dinamarca, Irlanda e incluso Australia. Carnes que, por otro lado, suelen proceder de las crueles granjas-factoría con un alto grado de artificialización.
De los pescados recordar que incluso las anchoas de Santoña pueden venir de bancos del Atlántico argentino y que favorecemos al expolio de países del sur. Muchas de las conservas provienen de bancos saharauis expoliados por Marruecos o la mayor parte de gambas, langostinos y camarones se pescan en las costas índicas de países como Mozambique o Somalia.
Si nos vamos al terreno de los elaborados, o simplemente los envasados, volvemos al argumento ya dicho, que es la completa ignorancia de procedencias. Podemos llegar a conocer el lugar donde se metieron en el bote y un listado de letras y numeritos que son los conservantes, colorantes, emulgentes y toda suerte de desconocidos productos, pero eso es todo. De hecho una cuarta parte de la miel que se está consumiendo en el Estado es de procedencia china y con denuncias por adulteración pero no resulta fácil saber de cuál se trata dado que no figura en los envases o bien se mezcla.
Otro caso especial de los envasados son los lácteos. En las últimas décadas se ha ido reduciendo la producción de leche en todo el estado, pese a que había una cabaña vacuna considerable, por el sistema de cuotas de la Unión Europea. Es por ello que muchos de los lácteos elaborados se hacen con leche importada y se importan productos como queso, mantequilla o yogures.
Para buscar procedencias en productos a granel la cosa no es más fácil, pues a menudo hay que esforzarse realmente por encontrar el origen. A menudo en una esquina y con letra diminuta.
A propósito del asunto que centra este artículo existen muchos estudios rigurosos, especialmente de organizaciones de agricultores y consumo, pero la realidad se puede comprobar en cualquier día de compra.
No es una cuestión de proteccionismo económico la defensa del consumo cercano, sino de sentido común. La huella ecológica de mover todas estas mercancías se incrementa cuanto más lejos nos vamos a obtenerlas, por mucho que sean más baratas. Por otro lado las garantías sanitarias, laborales y de otros derechos se obvian cuando no se tiene un control directo sobre la producción.
Y no menos importante es lo que se conoce de las formas en que se generan estos alimentos. Generalmente agricultura y ganadería intensiva, con uso también intensivo de pesticidas y responsable de deforestación y despilfarro de recursos.
Existen alternativas, también está la presión ciudadana o la denuncia si se aprecia etiquetado equívoco o fraudulento. En cualquier caso nunca está de más recordar que el consumo responsable es, sobre todo, una cuestión personal que repercute en nuestra salud.
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