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Ene 19

Redescubriendo la polución urbana

Editorial Acratador 19-Enero-2017

He preferido dejar pasar la alarma inicial y todas las reacciones, algunas de ellas, especialmente desde el PP, esperpénticas, sobre el último pico de contaminación registrado en Madrid. Nos pilla cerca, pero, estos mismos días, en Beijing y otras ciudades chinas se ha llegado a cuadruplicar la cifra de emisiones madrileña. O en Brixton Rd, Londres, en cinco días de 2017 ya se ha superado el límite anual considerado tolerable de exposición a los óxidos de nitrógeno.

Saltan las alarmas, con razón, y se implementan medidas de urgencia. No faltan los que, en un alarde de interesada ignorancia, intentan minimizar el problema. Ya lo predijo Galeano: vamos directos al desastre, pero ¡joder en qué coches! Ningún conductor sin excusa, que para eso ya están  los mentideros internaúticos proclamando auténticas memeces como si fueran hechos científicos.

Sucede de vez en cuando pero luego se nos olvida. Las alertas medioambientales nos ponen frente al espejo más feo del desarrollo y creemos hallarnos frente a un fenómeno nuevo.

La forma de enfocar la información tampoco ayuda, pues induce a pensar que la contaminación poco menos que va a ser letal a corto plazo, cuando el cáncer, como muchas otras enfermedades derivadas de la exposición constante a contaminantes, es multifactorial y no es comparable a un envenenamiento súbito como la catástrofe de Bhopal (20.000 muertos). El problema no es que aparezca la polución, sino que siempre está con nosotros y que sus efectos son como la lluvia fina, que siempre termina calando. Pero, entre la avalancha de noticias y su enfoque espectacular, el problema pronto se olvida.

Este inmediatismo y el presunto poco rigor es la excusa que usan toda suerte de negacionistas.

Un buen ejemplo lo tenemos en el cambio climático. Fue un fenómeno que se hizo mucho más popular a raíz del documental de Al Gore ‘Una verdad incómoda’, en 2006. Ahora bien, en una fecha tan lejana como 1957 es cuando el investigador Charles Keeling empieza a tomar mediciones atmosféricas de CO2  y a sentar las bases de toda una teoría en la que han participado miles de científicos durante décadas. Keeling ni tan siquiera llegó a ver estrenado el documental de Gore pues murió en 2005. Sin embargo se hace ver el fenómeno como una cosa que se han inventado cuatro ecologistas pirados en fecha más o menos reciente.

Con la contaminación urbana el asunto es mucho más espinoso, pues la ciudadanía somos parte activa en la misma e intentamos buscar toda clase de evasivas para ocultarnos la realidad de que el uso del coche produce un aire que enferma. Y las calefacciones también, a lo mejor no tenemos que estar a 25ºC dentro de casa cuando en la calle estamos a bajo cero, pero un mal no tapa otro.

Y ese uso, más bien abuso, del vehículo privado a motor, produce picos preocupantes, pero la polución urbana y sus consecuencias no son un sprint sino una carrera de fondo en la que tenemos todas las de perder. Para empezar porque no se nos ha dicho toda la verdad.

Ya en los años 80 se estableció relación entre las emisiones de los motores diésel con enfermedades respiratorias y cardiopatías. Desde hace décadas ya se conocían los posibles efectos perniciosos del NO2, que además de ser un contaminante del gasóleo se usa como anestésico. En 1998 diversos estudios de universidades estadounidenses concluyen de forma irrefutable la relación entre las partículas del diésel y un listado de hasta 40 patologías. Sin embargo las presiones de diversos lobbies hace que no se reconozca lo evidente hasta 2012 por parte de la OMS y no es hasta 2015 cuando la Agencia Europea del Medio Ambiente reconoce que la contaminación del aire urbano acorta la vida de las personas en nuestro continente.

Aún así, conociendo los peligros del humo del gasóleo, se impulsó la venta de vehículos diésel y se efectuaron numerosas campañas de publicidad ¿Os acordáis de anuncios como el del Olimpo de los diésel?

De hecho los diésel se han subvencionado desde el Estado con el célebre plan Renove, que insiste en incentivar el uso del vehículo privado, que por mucho que tenga ínfulas verdes no deja de contaminar.

Sólo es un ejemplo de la falta de intenciones de poner coto a la contaminación urbana, que mata a miles de personas cada año y enferma a otro tanto.

Tampoco hay planes de control serios, ni tan siquiera en los edificios públicos, del uso racional de calefacción y refrigeración.

Con las industrias contaminantes mejor no meterse a fondo, pues existen demasiados intereses cruzados y darían para más de un artículo. Para muestra un botón como es el que se sigan usando las centrales térmicas habiendo alternativas más eficientes y ecológicas desde hace muchos años. O que en el entorno de muchas grandes ciudades sigan existiendo fábricas que generan emisiones.

En general se recurre a prohibiciones o protocolos sancionadores, pero la prevención es escasa y los protocolos a menudo se quedan en declaración de intenciones. Sancionar pierde el sentido cuando el mal está hecho. De qué sirve una multa a las miles de personas han estado respirando aire contaminado.

Mientras tanto, pasará el invierno, se dejarán de escuchar las voces que hablan de prohibir los motores de gasoil, de controlar las calefacciones, de los gases de efecto invernadero y pensaremos que la contaminación ya no es un problema, que todo fue cuestión de unos días.

Mientras tanto en cualquier hospital alguien será atendido por un asma de origen ignorado, otra persona fallecerá por el agravamiento de una enfermedad vascular, un tercero desarrollará cáncer de pulmón y otra bronquitis crónica. Para estas personas la contaminación urbana sí será un gravísimo problema, aunque puede que ni lleguen a ser conscientes del origen de su mal.

Cada cierto tiempo nos epatará una noticia sobre polución descontrolada que nos recordará que el problema existe y que no es un simple contratiempo. Quizá muchos lo redescubran, como a lo mejor estoy haciendo yo mismo. Lo peor es que por el camino se habrán quedado unas cuantas vidas y otras tantas serán un poco peores.

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