En tierras de Iberia hace falta morirse para ser bueno, aunque hayas sido un personaje con muchos, muchísimos claroscuros como el recientemente finado Adolfo Suárez. Un personaje de nuestro pasado reciente al que, por cierto, ahora glosan los mismos que lo defenestraron y sacaron de la vida política sin miramientos cuando dejó de ser útil. Una figura seguramente mucho más interesante por lo que calló que por lo que gobernó.
Todos los medios se han deshecho en elogios, todo han sido parabienes, medallas y en su momento hasta un título nobiliario. Hay muchas formas de legitimar este engendro semi-democrático en el que vivimos y sobre todo a los turbios protagonistas de lo que se ha dado en llamar la Transición democrática.
Por ello hay que hablar de Adolfo Suárez, pero, sobre todo, dar algún trazo del escenario y los personajes que le acompañaron en su trayectoria. Suárez y su circunstancia.
Realmente Suárez es el ejemplo perfecto de la clase política que trajo la Transición a este país, en eso los medios no mienten. Un destacado cuadro de la dictadura franquista, jefe del Movimiento que, al tiempo que se elaboraba la Constitución, en 1977, era representante nada menos de los llamados cuarenta de Ayete (1), baluarte ideológico del Franquismo, amén de mantener unas convenientes relaciones con el Opus Dei. Nadar y guardar la ropa le llaman.
A Suárez es absurdo verlo como una especie de gran estadista, aunque fuera un personaje crucial en muchos sentidos, cuando lo que fue en realidad es probablemente el chaquetero de lujo más grande que esta democracia ha dado. Pero no un chaquetero tonto ni mucho menos. Hay que insertarlo en la Transición como un representante del Franquismo puro y duro, pero dotado de un espíritu pragmático en un régimen que hacía aguas por todos lados y que encabezó la reconversión del ideario nacional-católico que representaba él mismo, ayudado por ex-franquistas que repartieron migajas temprano para dar un aire de libertad con cosas como la ley del divorcio o unos tímidos estatutos de autonomía a las realidades nacionales que más molestaban.
Pero mientras se promulgaban leyes, en las cloacas del Estado se cocieron muchas transacciones que terminarían legitimando el actual estado de las cosas. Desde la monarquía, que nos vino dada por Franco e impuso a un tipo como Juan Carlos de Borbón, no especialmente brillante, pero al que se fabricó un traje campechano y se metió de rondón con el referendúm constitucional: si querías democracia en el paquete iba el Borbón, sino ahí estaba el espantajo de la Guerra Civil para agitarlo convenientemente.
Y de ahí hasta el modelo sindical, que, tras desactivar buena parte de las durísimas luchas obreras de esos años (proceso que culminaría el PSOE de González) firmaría la paz social mediante los Pactos de la Moncloa (2) e impondría un modelo sindical y económico y hasta dos sindicatos mayoritarios por decreto ¿A qué no sabéis cuales son?
Por supuesto Suárez no estuvo solo en todo esto, pues contó con la inestimable ayuda de personajes como Santiago Carrillo, el comunista reconvertido a monárquico, encargado de relajar la tensión revolucionaria de una izquierda en plena ebullición. O como olvidar al matarife en la sombra Rodolfo Martín Villa “la porra de la Transición”, que carga a sus espaldas con tramas tan oscuras como el caso Scala (3), encargado de debilitar a la entonces fuerte CNT, o el nacimiento de la guerra sucia con atentados a independentistas vascos o canarios. Por cierto, Martín Villa sí que está vivito y bien tranquilo.
La lista de nombres sería muy larga. En aquellos tiempos lo que sobraron fueron todo tipo de arribistas entre lo vodevilesco y lo siniestro que incluyeron a elementos como Manuel Fraga, que en cualquier estado medio normal hubiera debido acabar en un banquillo por su cooperación con toda suerte de crímenes durante la Dictadura.
Adolfo Suárez fue uno más, pero desde luego uno de los fundamentales. Un liquidador de las esperanzas de una república, que hubiera sido el modelo más lógico para empezar. Más tarde el cómplice de una Constitución que lleva tiempo muerta de vieja, aunque nadie se atreve a enterrarla. Y pero, algo fundamental, el que, pieza clave de una cohorte de tecnócratas que daría el paso a un capitalismo duro y a un modelo de economía o relaciones laborales que aún aguantamos hoy en día, reformado y empeorado, aunque pudiera parecer imposible.
Suárez perdió la memoria, literalmente, aunque fue el hombre que encarnó algo mucho peor: la desmemoria colectiva, la retórica de un presunto perdón que en realidad fue olvido y el entierro de una pléyade de luchas sociales en la que colaboró intensamente a echar tierra.
Ahora es él quien yace bajo tierra y deja una historia que destaca por lo poquísimo que conocemos de ella, cual iceberg que mantiene lo más grande bajo la superficie. A lo mejor cuando pasen los decenios alguien escribirá una historia sincera de la transición. Mientras tanto seguiremos con la sensación de que a este escenario le sobran decorados y le falta el verdadero guión que escribieron para sus personajes. Quizá entonces sepamos algo más del verdadero Adolfo Suárez.
(1) http://www.rumbos.net/rastroria/rastroria05/ConsNalMovimiento_.htm
(2) Ver J. Pastor Crítica de la Transición. Editions Ruedo Ibérico. Descargable desde google.
(3) http://madrid.cnt.es/historia/el-caso-scala/
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